Cuento para niñas de uno a 100 años.
(autor: Subcomandante Marcos)
ELIAS CONTRERAS, COMISIÓN DE INVESTIGACIÓN DEL EZLN, LE CUENTA A LA MAGDALENA LA HISTORIA DE LAS ESTRELLAS QUE CAEN.
- Y es que resulta que de por sí no se cayen, parece que se cayen pero no se cayen -, le dijo Elías Contreras a la Magdalena cuando, sentados en una de las lomas que rodean La Realidad zapatista, vieron, en la madrugada de acá, una rápida línea de luz hiriendo la manchada pizarra de la madrugada.
Fue aquella vez en que La Magdalena acompañó a Elías, cuando su búsqueda del Mal y el Malo los trajo hasta las montañas del sureste mexicano.
La historia me la contó después a mí Elías, y no la vine a recordar hasta que, en la tierra del Comca´ac, el Seri, en el noroeste del México de abajo, una lluvia de estrellas me refrescó la memoria.
Era madrugada allá. Como parte de la gira inicial de la Comisión Sexta del EZLN en La Otra Campaña, habíamos llegado hasta las amenazadas tierras de la Nación Comca´ac, o del pueblo indio Seri, que así también es conocido.
Hablando con uno de los jefes, caminamos las orillas de la playa, frente a la majestuosa figura de la Isla del Tiburón, el corazón de ese pueblo digno.
El pueblo Seri es un pueblo guerrero. Durante siglos ha sido acosado, hostigado y perseguido por distintas tribus depredadoras.
La última de esas bandas de maleantes viste las ropas de marca que usan los gobernantes federales, estatales y municipales en Sonora, México, y pretende apoderarse de la Isla del Tiburón y convertirla en un centro vacacional de alto turismo. El Seri resiste y defiende su territorio, su cultura y su historia, frente a la ambición de siempre, aunque ahora disfrazada de modernidad.
Mientras en el cielo de cuando en cuando se colgaban retorcidos alambres de luz, iluminando esporádicamente el contorno sur de la isla, el jefe Seri y yo hablamos de los dolores de nuestros pueblos. Los relámpagos se fueron espaciando cada vez, al igual que nuestra palabra y llegó el momento en que el silencio fue una sombra en la noche y en nosotros.
Y la sombra de los dolores de nuestros pueblos se hubiera quedado ahí, a no ser porque, de pronto, una estrella abandonó su lugar fijo y corrió hacia el abajo de nuestro mundo, buscando besar la tierra. A la primera siguió otra, y otra. Y durante unos segundos pareció que las estrellas todas mudaban de casa y se pasaban a habitar el otro cielo, el de abajo, el nuestro.
El jefe Seri y yo nada dijimos. En silencio contemplamos la señal.
Yo encendí la pipa.
El jefe Seri encendió la palabra y dijo:
- “Así dijeron nuestros abuelos: que iba a llegar la hora” -.
Cuando la madrugada dejó su lugar a la mañana y, en lugar de una isla arropada en sombras, surgió un corazón gigante en medio del mar, el jefe Seri bailó y las mujeres de la tribu cantaron. No eran para nosotros ni el canto ni el baile. Eran para la tierra, la madre.
“Te cuidaremos”, prometía el mensaje. “Te defenderemos”, decía la promesa.
Fue entonces cuando, escuchando el canto guerrero de las Seris y mirando el baile del jefe indígena, recordé lo que me había contado Elías Contreras, Comisión de Investigación del EZLN, unos años antes.
Tal vez algún extraviado, o extraviada, según, de quienes me escuchan, no sepa quienes son (o eran, según el caso o cosa) Elías Contreras y la Magdalena. O ignoren qué rayos hacían esos dos aquella madrugada de enero, hace algunos años, sentados en una pequeña colina de la zona tojolabal, en territorio zapatista.
Por ahora sólo les digo que Elías Contreras era un indígena zapatista, veterano de guerra, que tenía la Comisión de Investigación del EZLN para apoyar en algunos de los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas. La Comisión de Investigación es, para los zapatistas, el equivalente a lo que los ciudadanos llaman “detective”. Y la Magdalena era un ciudadano homosexual que trabajaba la calle para conseguir dinero para operarse y cambiarse de sexo.
Elías y la Magdalena se conocieron en la Ciudad de México, también hace algunos años. La Magdalena se hizo nuestro compañero, o compañera, según, y fuera hombre, mujer, o ni una ni otra cosa, se convirtió en zapatista. Ella, o él, según, junto con Nadie y Elías Contreras, enfrentaron al Mal y al Malo en un desafío que le costó la vida a la Magdalena.
Pero esto que les narro, aunque ya ocurrió hace muchas lunas, se puede imaginar como que pasa ahora, en tiempo presente, y que somos espectadores privilegiados de cómo el amor, ese impertinente, también se puede esconder, y así mostrarse del lado de acá, en las palabras.
Imaginemos pues…
La madrugada en nuestro acá. Un largo y hondo cielo manchado de lucecitas. Dos figuras como sombras bajo la doble sombra de la noche y el árbol.
(La Magdalena ha recostado su cabeza en el hombro de Elías y, sin decir palabra alguna, ha levantado su mano para señalar la estrella fugaz que rompió la monotonía de un cielo harto de estrellas inmóviles.)
A pesar de la distancia de calendario que los separa, y del desconcierto que a Elías le causa el saber que la Magdalena es un hombre que no lo es y que es una mujer que tampoco es, el compañero Comisión de Investigación del EZLN, Elías Contreras, se ha auto adjudicado el papel de maestro-tutor-padre-hermano-mayor y admirador vergonzante de la Magdalena.
Además, Elías está en su cancha, y como tal se siente obligado a dar cuenta de todo lo que ocurre en estas tierras, así que empieza a contar una historia que, como todas las que inventa Elías para decirle o explicarle algo a la Magdalena, va construyendo paso a paso sin saber bien a bien en qué terminará. Así que dejemos que él continúe:
- Cuentan nuestros más antiguos mayores que hubo antes un tiempo muy primero -.
- Muy nuevito estaba ese tiempo, dicen nuestros viejos sabedores. Era como un pichito apenas y acaso sabía caminar bien -.
(La Magdalena asiente en silencio y su imaginación evoca a una niña pequeña, tratando de dar sus primeros pasos.
Elías, a saber por qué causa, razón o motivo, también empieza a imaginar a una niña y sigue hablando)
No sabía caminar todavía y andaba a los tumbos, tropezando andaba el tiempo. Como una cría que apenas está aprendiendo que eso que tiene en una de las orillas del cuerpo, las patas pues, sirven, además de para meterse los dedos a la boca, para caminar. Y ahí anda la criatura agarrándose de las nagüas de la mamá o de una silla o de una mesa o de nada, y ¡zaz!, al suelo pues.
(La Magdalena y Elías se imaginan, en estéreo, a una niña cayendo de sentón, mirando a ver si tiene testigos y haciendo un rápido cálculo de si vale la pena chillar o no. Sonríen los dos sin mirarse. Elías continúa su narración)
Entonces, como no se caminaba todavía bien ese tiempo más primerito, pues todo iba como muy despacio.
No como ahora, que el tiempo ya está más mayor y anda a las carreras.
Ya ves que nomás un ratito y ya son más de 10 años de que nos alzamos en armas contra del maldito gobierno. Que sea más de una década.
Y “década” es una palabra nueva que aprendí y que quiere decir que son diez años, o sea que para no decir “diez años” se dice “década” y así parece que no son diez años pero sí son, bueno, según el caso o cosa. Porque, por ejemplo, si uno dice que ya tiene una década en la escuela y nomás no pasa de grado, pues duele menos que decir que ya tiene 10 años y nomás no aprende. Y aluego, por ejemplo…
(La Magdalena ha volteado a ver a Elías con una evidente cara de “te-estás-dispersando-querido” y Elías ha comprendido que la Magdalena ya sabe qué cosa quiere decir “década”, así que da por terminado ese tema y prosigue)
Bueno, pues como todo iba muy lento, pues todo y todos tenían el modo y el tiempo para hacer muchas cosas.
Por ejemplo para platicar.
Que sea para hablar y escuchar.
Ya ves tú, Magdalena, que los ciudadanos, o ciudadanas, según, acaso tienen modo y tiempo para platicar. Yo creo que por eso cuando encuentran a un zapatista, o a una zapatista, según, empiezan a hablar y pues aluego ya no hay forma de quitarles el micrófono…
(La Magdalena mira a Elías con un gesto de reproche. Elías se defiende)
Bueno, yo acaso estoy diciendo nada. Es el Sup que así anda diciendo, que los ciudadanos agarran el micrófono y ya no lo sueltan, que como que le echan pegamento en las manos, y a mí una vez me pasó, en la ciudad, que iba a lavar mi diente y no va siendo que en lugar de pasta de dientes le eché pegamento al cepillo, y es que están igualitos los tubitos ésos y así anduve un buen rato con los dientes bien trabados y nada que no baja nada, si hasta me enflaquecí un buen y todos me dijeron que es por corajudo, que cuando uno se pone bravo hasta rechinan los dientes y no come, pero yo qué rechinar ni qué nada, si no los podía ni mover, o sea que mi diente estaba inmóvil…
Y entonces, “inmóvil” es una palabra nueva que aprendí que quiere decir que no se mueve, que sea que se está así nomás, como que no pasa nada y entonces…
(Ahora no es la Magdalena quien ha exhortado a Elías a que se centre en el tema, sino él mismo)
Bueno pues, entonces pues arresulta que los dioses primeros, los que nacieron el mundo, de por sí salieron muy platicadores.
Y como estaban en su platicadera, pues no se apuraban a hacer las cosas que el mundo necesitaba para que estuviera cabal, que sea, completo.
Y entonces la tierra, nuestra madre primera, como tardaban los dioses en su quehacer, pues también se puso a darle a la platicadera.
Y bueno, pues tampoco había muchos con quien hablar, así que la tierra se puso a platicar con las cosas que también se caminan pero en el cielo.
O sea con las nubes, el sol, la luna, las estrellas, y tal vez algunos pájaros, no muy se sabe porque no sabemos si ya habían hecho los pájaros los dioses primeros.
Entonces pues ahí estaban como comagreando la tierra y los que caminan el cielo. Y dale con la queja y queja.
Y decía la tierra:
“No, pos estos dioses serán muy primeros pero también son muy marmotas Apenas unas cuantas matitas me han puesto y unos cuantos ríos y lagos, y el mar ahí nomás lo aventaron y se rompió en siete partes y entonces pues ahora sí que, como luego dicen, me rompieron la madre, porque yo también quedé toda pedaceada. Y luego pues va a ser un despelote con la geografía y los intercontinentales”.
Y decían las nubes:
“Sí pues, marmotas y malhechos que son. Míreme, a mí me hicieron muy gordita y a mi otra comagre la dejaron toda escurrida. Ahora van a andar diciendo que yo me zampo su comida. Y luego este color de ropa sucia que me pusieron. Y aquella tan blanca, que se cree muy pura, si bien que sabemos que nomás anda por ahí de tingolilingo.”
“Y luego –se hablaba la nube enflaquecida-, pues primero nos hicieron duras, que para que no nos aventara el viento pá donde fuera y no sé qué. Y entonces pues nomás nos estábamos cayendo, por pesadas pues. Y luego los pájaros se daban cada guamazo cuando topaban con nosotras, que olvídese comagre, una destrucción y una matazón que hasta parecía que el capitalismo neoliberal se había adelantado en el calendario. Y entonces pues de vuelta nos hicieron ligeritas, aunque algunas ya eran de por sí, como la comagre aquella que se las da de muy muy, y a ésa sí lo pesada no se le ha quitado”.
Y así estaban la tierra y quienes se caminan el cielo, en el puro comagreo y el chisme y la malhablada.
Y dicen nuestros más mayores, que la tierra, nuestra primera madre, no malhablaba, sino que nomás escuchaba, porque tampoco podía irse para otro lado, o sea que ahí estaba y ni modos de decir: “bueno comagres, pues ya me tengo que ir porque se me están quemando los frijoles”, si ni frijoles había, porque los dioses ésos, los más primeros, pos nomás no tenían apuro de nada, mucho menos de andar haciendo los frijoles.
Entonces pues la tierra se tenía que aguantar de oír tarugada y media, aunque también escuchaba cosas buenas e inteligentes, porque de todo había en la otra camp… perdón, en la intergalác… perdón, en el mundo pues, aunque todavía el mundo no era mundo, sino que era más bien una perspectiva desordenada, o sea que era un desmagre todo al mismo tiempo y en todos lados. Y eso de “perspectiva desordenada” te lo explico luego, Magdalena, orita no me interrumpas porque se me va la tonelada del cuento…
(La Magdalena pone ahora cara de “acaso estoy diciendo nada”. Elías se da por satisfecho y continúa…)
Bueno pues, entonces arresulta que la tierra también se platicó con los mames, que así le llamaban nuestros antiguos a los dioses hacedores de lluvia, que sea los dioses del trueno.
Y arresulta que, entre chismes y chisme, la tierra había echado trato con quienes caminaban el cielo.
El trato era que, cuando los que caminaban nubes se cansaban, la tierra dejaba que en ella encontraran reposo, se descansaran pues, o que de plano se tumbaran nomás a ver las cosas ahora sí que desde el otro lado, o sea desde abajo.
A cambio de eso, la tierra, la madre más primera de todas, sólo pidió que los que caminaban el cielo le ayudaran cuando ella lo necesitara.
Y no se llegó el día, porque los dioses todavía no habían hecho el día.
Y no se llegó la noche, porque tampoco la habían hecho.
Así que pues lo que se llegó fue la madrugada en que los dioses por fin entraron en razón de hacer ya, pues, a los hombres y mujeres.
Esa historia de cómo hicieron los dioses primeros a los hombres y mujeres, es otra historia y creo que ya la conté antes y si no, pues ahí en otra vuelta la cuento.
Y entonces los dioses hicieron a los hombres y mujeres de la tierra, o sea que le dieron encargo a la tierra que sea su mamá, o sea que los echa al mundo y los cría.
Entonces arresulta que los dioses éstos los hicieron a los hombres y mujeres pero ahí nomás los aventaron, sin ver si tienen una su comida para que no está triste el día.
Sin nada los hicieron, ni un pozolito les dieron a los hombres y mujeres primeros estos dioses.
Y la tierra, como buena madre que es, pos no se iba a quedar así nomás viendo que ahí andan los hombres y mujeres de un lado a otro sin nada para meter a la panza.
Y entonces la madre tierra anda toda preocupada, bueno, no anda, porque de por sí la tierra no anda, sino que se está quieta en su lugar, aunque de repente como que le da fiebre o a saber qué, pero se tiembla y se retuerce y es un desgarriate. Pero bueno, en ese tiempo, como todo iba muy despacito, pues hasta cuando temblaba pos nomás ni se sentía nada.
Bueno, pues entonces la tierra, nuestra madre, ahí anda con su preocupadera de que no han comido los hombres y mujeres. Y ni modos de darles chiche, porque nomás no tiene pechos la tierra. Aunque claro que así no hacía gasto en portapechos. Ora que hay unos portapechitos que ya de balde, nomás como pintados.
Pero bueno, arresulta que la tierra, la mamá más primera, está nomás piensa y piensa que qué va a hacer.
Y entonces la tierra nuestra madre piensa que hay que hacer una investigación. Y entonces le encarga el trabajo a un caracol. Que sea que el primer Comisión de Investigación fue el caracol. Y entonces la madre tierra le dice al caracol:
“Oí caracol, por ahí andan diciendo que hay una comida muy buena que se llama “maíz” pero no se sabe dónde mero está, entonces andáte a buscar y ya luego vienes y me dices dónde está, pero vete rápido porque mis niños y niñas nomás están esperando su comida”.
Y entonces el caracol se fue hecho la raya y de bolón-pin-pon recorrió todo el mundo, que tampoco era muy grande todavía, para qué es más que la pura verdad. Y ya luego regresó el caracol hecho la mocha y le dijo a la madre tierra:
“Oí mamá Tierra, ya lo encontré ya el alimento ése que dices, pero está guardado en una piegra muy dura”.
Y entonces la Tierra, nuestra madre, llamó a todos los animales, que tampoco eran muchos, para que es más que la pura verdad, y les dijo:
“Oigan, agarren todos sus tiliches y se me van como de rayo a donde les va a decir aquí el señor caracol y me rompen esa piegra y me traen lo que tiene dentro para darles de comer a mis hijas e hijos”.
Y ahí va toda la animalada, y dale y dale a la piegra y nada que se cuartea ni siquiera un tantito. Y ahí regresan todos desmayados y le dicen a la tierra que nomás no se puede, que está más dura que cabeza de político.
Y entonces, el caso, o cosa, según, es que había uno de los mames, que sea de los dioses del trueno, que se llamaba YALUC, que era el más grande y el más antiguo, que sea el más sabedor.
Y el YALUC y la tierra, nuestra madrecita más primera, se llevaban muy bien, mucho platicaban de cosas importantes y que enseñaban y aprendían.
Y entonces la tierra, nuestra madre, lo llama al YALUC y le cuenta de la problema que tiene. Y entonces el YALUC salió buena gente y le avienta unos truenos a la roca ésa, que sea a la piegra, y ahí nomás el piegrón se arrugó como saladito y se abrió y el YALUC lo agarró el maíz y se lo entregó a los hombres y mujeres.
Y entonces los hombres y mujeres no saben qué hacer con el grano de maíz y lo dejan ahí botado nomás.
Y entonces nuestra madre la tierra, lo tapa al grano de maíz para que no pase frío y ahí nomás empieza a salir una plantita y se empieza a crecer y da unas sus buenas mazorcas y luego el YALUC lo avienta un trueno y ahí nomás fríe el grano de maíz y se hacen las palomitas de maíz, aunque un poco quemadas quedaron, eso sí, porque le echó mucha juerza al rayo que aventó. Y entonces los primeros hombres y mujeres lo más primero que comieron fueron palomitas de maíz y fueron con el tiendero a comprar una salsa Valentina, se llama, creo, y vieron película y se atascaron de palomitas y les dio chorrillo… y tan-tan
(La Magdalena voltea a ver a Elías entre intrigada y enojada. Elías sonríe y dice…)
¡Éjele! No es así, pero nomás lo dije para ver si no te dormiste ya…
Bueno no, la historia es que sí salió la planta de maíz pero no era maíz palomero, sino maíz maíz, pero del bueno, o sea que no era transgénico. Y entonces la tierra, nuestra madre, le habló a los hombres y mujeres y ya les explicó cómo van a hacer el pozol y las tortillas y los tamales y el marquesote y ya no les dolió la panza, y tan, tan.
(La Magdalena voltea a ver extrañada a Elías y le pregunta)
¿Y todo eso qué tiene que ver con las estrellas que caen?
¡Ah, sí cierto, ya se me había olvidado! -, responde Elías.
Bueno, pues arresulta que aquellos primeros hombres y mujeres, los originarios, que sea los pueblos indios, quedaron muy agradecidos con la madre tierra y dijeron que siempre la van a cuidar siempre. Y entonces los hombres y mujeres primeros pensaron que qué tal que se les olvida o se enamorran y se distrayen y no dan cuenta si la tierra tiene alguna problema y entonces hicieron una su asamblea con la tierra, nuestra madre, y con el YALUC y con quienes caminan el cielo, y todos sacaron un acuerdo.
Y el acuerdo es que unos hombres y mujeres van a quedar como guardianes de la tierra, que sea de la montaña, de los ríos, de los mares, de los valles, de los vientos. Y esos guardianes van a quedar quietos, como dormidos, y si la madre tierra tiene algún peligro o una problema, entonces quienes caminan el cielo les van a avisar a los hombres y mujeres originarios, a los guardianes, para que se pongan truchas y hagan algo.
Y el trato fue que el aviso se iba a dar cuando el YALUC y los dioses del trueno, revientan el hilo que sostiene a las estrellas que están colgadas del techo del mundo, y ya las estrellas van a bajar para avisarles a los hombres y mujeres que la tierra tiene peligro.
Y entonces las estrellas que cayen no se cayen, sino que están avisando a los guardianes que ya llegó la hora…
La Magdalena, con una concreción que sería deseable en cualquier plenaria de la Otra o de la Intergaláctica, dice:
Tengo dos preguntas:
Primera: ¿Por qué dices que el caracol fue rápido a buscar el maíz si el caracol camina muy despacito?
Elías sonríe y responde:
Acaso camina despacio el caracol. Arresulta que en ese tiempo el tiempo iba muy despacito, entonces el caracol iba rápido en ese tiempo. Y lo que pasó es que, cuando el tiempo se cambió de tiempo, no le avisaron a tiempo al caracol. Entonces el caracol no camina despacio, lo que pasa es que tiene otro tiempo.
La Magdalena aplaude y ríe. Después añade temblorosa:
Bueno, la segunda pregunta es: dices que las estrellas que caen, bueno, que no caen, avisan a los guardianes de la tierra que ya llegó la hora, ¿la hora de qué?
Elías Contreras pone la voz grave y, señalando un largo y fugaz arañazo de luz en el cielo, dice:
De despertar.
Tan-tan.
¡Libertad y justicia para Atenco!
¡Libertad y justicia para Oaxaca!
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Enero del 2007.
P.D.- Ya no estamos, pero Elías Contreras y la Magdalena siguen sentados frente al horizonte de oriente. Es la Magdalena la que rompe el silencio:
- Oye papá Elías, imagínate que sí puedo hacerme la operación y hacerme mujer. A lo mejor hasta puedo tener hijos. Si tengo una niña, le voy a poner puras minifaldas -.
- Ni magres -, dice Elías de pronto, - mi hija nada de esas faldas rabonas que ya de balde. Puras nagüas hasta el tobillo. O pantalones, como las insurgentas -.
La Magdalena lo mira entre sorprendida y halagada, y pregunta:
- ¿Tu hija? -
Y entonces el nombrado por el Sup como Comisión de Investigación del EZLN, el que resolvió los casos más complicados en territorios zapatistas, el que no se amedrentó al recorrer él solo la Ciudad de México, el que se enfrentó sin titubear contra el Mal y el Malo siempre que lo topó, Elías Contreras, veterano de guerra del EZLN, se sonrojó de tal forma que la sombras de la madrugada no lo ocultaron. Con trabajos alcanzó a decir:
- Ya vámonos, ya está refrescando y el frío te puede hacer daño -.
Al bajar la loma, de forma natural, la Magdalena toma de la mano a Elías Contreras. Llegan al pueblo ya con el sol asomándose en una orilla. La Magdalena se arropa más en su rebozo, Elías Contreras suda como nunca en su vida…
Vale de nuez.
El Sup sonriendo mientras una estrella corre al abrazo de la tierra.
- Y es que resulta que de por sí no se cayen, parece que se cayen pero no se cayen -, le dijo Elías Contreras a la Magdalena cuando, sentados en una de las lomas que rodean La Realidad zapatista, vieron, en la madrugada de acá, una rápida línea de luz hiriendo la manchada pizarra de la madrugada.
Fue aquella vez en que La Magdalena acompañó a Elías, cuando su búsqueda del Mal y el Malo los trajo hasta las montañas del sureste mexicano.
La historia me la contó después a mí Elías, y no la vine a recordar hasta que, en la tierra del Comca´ac, el Seri, en el noroeste del México de abajo, una lluvia de estrellas me refrescó la memoria.
Era madrugada allá. Como parte de la gira inicial de la Comisión Sexta del EZLN en La Otra Campaña, habíamos llegado hasta las amenazadas tierras de la Nación Comca´ac, o del pueblo indio Seri, que así también es conocido.
Hablando con uno de los jefes, caminamos las orillas de la playa, frente a la majestuosa figura de la Isla del Tiburón, el corazón de ese pueblo digno.
El pueblo Seri es un pueblo guerrero. Durante siglos ha sido acosado, hostigado y perseguido por distintas tribus depredadoras.
La última de esas bandas de maleantes viste las ropas de marca que usan los gobernantes federales, estatales y municipales en Sonora, México, y pretende apoderarse de la Isla del Tiburón y convertirla en un centro vacacional de alto turismo. El Seri resiste y defiende su territorio, su cultura y su historia, frente a la ambición de siempre, aunque ahora disfrazada de modernidad.
Mientras en el cielo de cuando en cuando se colgaban retorcidos alambres de luz, iluminando esporádicamente el contorno sur de la isla, el jefe Seri y yo hablamos de los dolores de nuestros pueblos. Los relámpagos se fueron espaciando cada vez, al igual que nuestra palabra y llegó el momento en que el silencio fue una sombra en la noche y en nosotros.
Y la sombra de los dolores de nuestros pueblos se hubiera quedado ahí, a no ser porque, de pronto, una estrella abandonó su lugar fijo y corrió hacia el abajo de nuestro mundo, buscando besar la tierra. A la primera siguió otra, y otra. Y durante unos segundos pareció que las estrellas todas mudaban de casa y se pasaban a habitar el otro cielo, el de abajo, el nuestro.
El jefe Seri y yo nada dijimos. En silencio contemplamos la señal.
Yo encendí la pipa.
El jefe Seri encendió la palabra y dijo:
- “Así dijeron nuestros abuelos: que iba a llegar la hora” -.
Cuando la madrugada dejó su lugar a la mañana y, en lugar de una isla arropada en sombras, surgió un corazón gigante en medio del mar, el jefe Seri bailó y las mujeres de la tribu cantaron. No eran para nosotros ni el canto ni el baile. Eran para la tierra, la madre.
“Te cuidaremos”, prometía el mensaje. “Te defenderemos”, decía la promesa.
Fue entonces cuando, escuchando el canto guerrero de las Seris y mirando el baile del jefe indígena, recordé lo que me había contado Elías Contreras, Comisión de Investigación del EZLN, unos años antes.
Tal vez algún extraviado, o extraviada, según, de quienes me escuchan, no sepa quienes son (o eran, según el caso o cosa) Elías Contreras y la Magdalena. O ignoren qué rayos hacían esos dos aquella madrugada de enero, hace algunos años, sentados en una pequeña colina de la zona tojolabal, en territorio zapatista.
Por ahora sólo les digo que Elías Contreras era un indígena zapatista, veterano de guerra, que tenía la Comisión de Investigación del EZLN para apoyar en algunos de los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas. La Comisión de Investigación es, para los zapatistas, el equivalente a lo que los ciudadanos llaman “detective”. Y la Magdalena era un ciudadano homosexual que trabajaba la calle para conseguir dinero para operarse y cambiarse de sexo.
Elías y la Magdalena se conocieron en la Ciudad de México, también hace algunos años. La Magdalena se hizo nuestro compañero, o compañera, según, y fuera hombre, mujer, o ni una ni otra cosa, se convirtió en zapatista. Ella, o él, según, junto con Nadie y Elías Contreras, enfrentaron al Mal y al Malo en un desafío que le costó la vida a la Magdalena.
Pero esto que les narro, aunque ya ocurrió hace muchas lunas, se puede imaginar como que pasa ahora, en tiempo presente, y que somos espectadores privilegiados de cómo el amor, ese impertinente, también se puede esconder, y así mostrarse del lado de acá, en las palabras.
Imaginemos pues…
La madrugada en nuestro acá. Un largo y hondo cielo manchado de lucecitas. Dos figuras como sombras bajo la doble sombra de la noche y el árbol.
(La Magdalena ha recostado su cabeza en el hombro de Elías y, sin decir palabra alguna, ha levantado su mano para señalar la estrella fugaz que rompió la monotonía de un cielo harto de estrellas inmóviles.)
A pesar de la distancia de calendario que los separa, y del desconcierto que a Elías le causa el saber que la Magdalena es un hombre que no lo es y que es una mujer que tampoco es, el compañero Comisión de Investigación del EZLN, Elías Contreras, se ha auto adjudicado el papel de maestro-tutor-padre-hermano-mayor y admirador vergonzante de la Magdalena.
Además, Elías está en su cancha, y como tal se siente obligado a dar cuenta de todo lo que ocurre en estas tierras, así que empieza a contar una historia que, como todas las que inventa Elías para decirle o explicarle algo a la Magdalena, va construyendo paso a paso sin saber bien a bien en qué terminará. Así que dejemos que él continúe:
- Cuentan nuestros más antiguos mayores que hubo antes un tiempo muy primero -.
- Muy nuevito estaba ese tiempo, dicen nuestros viejos sabedores. Era como un pichito apenas y acaso sabía caminar bien -.
(La Magdalena asiente en silencio y su imaginación evoca a una niña pequeña, tratando de dar sus primeros pasos.
Elías, a saber por qué causa, razón o motivo, también empieza a imaginar a una niña y sigue hablando)
No sabía caminar todavía y andaba a los tumbos, tropezando andaba el tiempo. Como una cría que apenas está aprendiendo que eso que tiene en una de las orillas del cuerpo, las patas pues, sirven, además de para meterse los dedos a la boca, para caminar. Y ahí anda la criatura agarrándose de las nagüas de la mamá o de una silla o de una mesa o de nada, y ¡zaz!, al suelo pues.
(La Magdalena y Elías se imaginan, en estéreo, a una niña cayendo de sentón, mirando a ver si tiene testigos y haciendo un rápido cálculo de si vale la pena chillar o no. Sonríen los dos sin mirarse. Elías continúa su narración)
Entonces, como no se caminaba todavía bien ese tiempo más primerito, pues todo iba como muy despacio.
No como ahora, que el tiempo ya está más mayor y anda a las carreras.
Ya ves que nomás un ratito y ya son más de 10 años de que nos alzamos en armas contra del maldito gobierno. Que sea más de una década.
Y “década” es una palabra nueva que aprendí y que quiere decir que son diez años, o sea que para no decir “diez años” se dice “década” y así parece que no son diez años pero sí son, bueno, según el caso o cosa. Porque, por ejemplo, si uno dice que ya tiene una década en la escuela y nomás no pasa de grado, pues duele menos que decir que ya tiene 10 años y nomás no aprende. Y aluego, por ejemplo…
(La Magdalena ha volteado a ver a Elías con una evidente cara de “te-estás-dispersando-querido” y Elías ha comprendido que la Magdalena ya sabe qué cosa quiere decir “década”, así que da por terminado ese tema y prosigue)
Bueno, pues como todo iba muy lento, pues todo y todos tenían el modo y el tiempo para hacer muchas cosas.
Por ejemplo para platicar.
Que sea para hablar y escuchar.
Ya ves tú, Magdalena, que los ciudadanos, o ciudadanas, según, acaso tienen modo y tiempo para platicar. Yo creo que por eso cuando encuentran a un zapatista, o a una zapatista, según, empiezan a hablar y pues aluego ya no hay forma de quitarles el micrófono…
(La Magdalena mira a Elías con un gesto de reproche. Elías se defiende)
Bueno, yo acaso estoy diciendo nada. Es el Sup que así anda diciendo, que los ciudadanos agarran el micrófono y ya no lo sueltan, que como que le echan pegamento en las manos, y a mí una vez me pasó, en la ciudad, que iba a lavar mi diente y no va siendo que en lugar de pasta de dientes le eché pegamento al cepillo, y es que están igualitos los tubitos ésos y así anduve un buen rato con los dientes bien trabados y nada que no baja nada, si hasta me enflaquecí un buen y todos me dijeron que es por corajudo, que cuando uno se pone bravo hasta rechinan los dientes y no come, pero yo qué rechinar ni qué nada, si no los podía ni mover, o sea que mi diente estaba inmóvil…
Y entonces, “inmóvil” es una palabra nueva que aprendí que quiere decir que no se mueve, que sea que se está así nomás, como que no pasa nada y entonces…
(Ahora no es la Magdalena quien ha exhortado a Elías a que se centre en el tema, sino él mismo)
Bueno pues, entonces pues arresulta que los dioses primeros, los que nacieron el mundo, de por sí salieron muy platicadores.
Y como estaban en su platicadera, pues no se apuraban a hacer las cosas que el mundo necesitaba para que estuviera cabal, que sea, completo.
Y entonces la tierra, nuestra madre primera, como tardaban los dioses en su quehacer, pues también se puso a darle a la platicadera.
Y bueno, pues tampoco había muchos con quien hablar, así que la tierra se puso a platicar con las cosas que también se caminan pero en el cielo.
O sea con las nubes, el sol, la luna, las estrellas, y tal vez algunos pájaros, no muy se sabe porque no sabemos si ya habían hecho los pájaros los dioses primeros.
Entonces pues ahí estaban como comagreando la tierra y los que caminan el cielo. Y dale con la queja y queja.
Y decía la tierra:
“No, pos estos dioses serán muy primeros pero también son muy marmotas Apenas unas cuantas matitas me han puesto y unos cuantos ríos y lagos, y el mar ahí nomás lo aventaron y se rompió en siete partes y entonces pues ahora sí que, como luego dicen, me rompieron la madre, porque yo también quedé toda pedaceada. Y luego pues va a ser un despelote con la geografía y los intercontinentales”.
Y decían las nubes:
“Sí pues, marmotas y malhechos que son. Míreme, a mí me hicieron muy gordita y a mi otra comagre la dejaron toda escurrida. Ahora van a andar diciendo que yo me zampo su comida. Y luego este color de ropa sucia que me pusieron. Y aquella tan blanca, que se cree muy pura, si bien que sabemos que nomás anda por ahí de tingolilingo.”
“Y luego –se hablaba la nube enflaquecida-, pues primero nos hicieron duras, que para que no nos aventara el viento pá donde fuera y no sé qué. Y entonces pues nomás nos estábamos cayendo, por pesadas pues. Y luego los pájaros se daban cada guamazo cuando topaban con nosotras, que olvídese comagre, una destrucción y una matazón que hasta parecía que el capitalismo neoliberal se había adelantado en el calendario. Y entonces pues de vuelta nos hicieron ligeritas, aunque algunas ya eran de por sí, como la comagre aquella que se las da de muy muy, y a ésa sí lo pesada no se le ha quitado”.
Y así estaban la tierra y quienes se caminan el cielo, en el puro comagreo y el chisme y la malhablada.
Y dicen nuestros más mayores, que la tierra, nuestra primera madre, no malhablaba, sino que nomás escuchaba, porque tampoco podía irse para otro lado, o sea que ahí estaba y ni modos de decir: “bueno comagres, pues ya me tengo que ir porque se me están quemando los frijoles”, si ni frijoles había, porque los dioses ésos, los más primeros, pos nomás no tenían apuro de nada, mucho menos de andar haciendo los frijoles.
Entonces pues la tierra se tenía que aguantar de oír tarugada y media, aunque también escuchaba cosas buenas e inteligentes, porque de todo había en la otra camp… perdón, en la intergalác… perdón, en el mundo pues, aunque todavía el mundo no era mundo, sino que era más bien una perspectiva desordenada, o sea que era un desmagre todo al mismo tiempo y en todos lados. Y eso de “perspectiva desordenada” te lo explico luego, Magdalena, orita no me interrumpas porque se me va la tonelada del cuento…
(La Magdalena pone ahora cara de “acaso estoy diciendo nada”. Elías se da por satisfecho y continúa…)
Bueno pues, entonces arresulta que la tierra también se platicó con los mames, que así le llamaban nuestros antiguos a los dioses hacedores de lluvia, que sea los dioses del trueno.
Y arresulta que, entre chismes y chisme, la tierra había echado trato con quienes caminaban el cielo.
El trato era que, cuando los que caminaban nubes se cansaban, la tierra dejaba que en ella encontraran reposo, se descansaran pues, o que de plano se tumbaran nomás a ver las cosas ahora sí que desde el otro lado, o sea desde abajo.
A cambio de eso, la tierra, la madre más primera de todas, sólo pidió que los que caminaban el cielo le ayudaran cuando ella lo necesitara.
Y no se llegó el día, porque los dioses todavía no habían hecho el día.
Y no se llegó la noche, porque tampoco la habían hecho.
Así que pues lo que se llegó fue la madrugada en que los dioses por fin entraron en razón de hacer ya, pues, a los hombres y mujeres.
Esa historia de cómo hicieron los dioses primeros a los hombres y mujeres, es otra historia y creo que ya la conté antes y si no, pues ahí en otra vuelta la cuento.
Y entonces los dioses hicieron a los hombres y mujeres de la tierra, o sea que le dieron encargo a la tierra que sea su mamá, o sea que los echa al mundo y los cría.
Entonces arresulta que los dioses éstos los hicieron a los hombres y mujeres pero ahí nomás los aventaron, sin ver si tienen una su comida para que no está triste el día.
Sin nada los hicieron, ni un pozolito les dieron a los hombres y mujeres primeros estos dioses.
Y la tierra, como buena madre que es, pos no se iba a quedar así nomás viendo que ahí andan los hombres y mujeres de un lado a otro sin nada para meter a la panza.
Y entonces la madre tierra anda toda preocupada, bueno, no anda, porque de por sí la tierra no anda, sino que se está quieta en su lugar, aunque de repente como que le da fiebre o a saber qué, pero se tiembla y se retuerce y es un desgarriate. Pero bueno, en ese tiempo, como todo iba muy despacito, pues hasta cuando temblaba pos nomás ni se sentía nada.
Bueno, pues entonces la tierra, nuestra madre, ahí anda con su preocupadera de que no han comido los hombres y mujeres. Y ni modos de darles chiche, porque nomás no tiene pechos la tierra. Aunque claro que así no hacía gasto en portapechos. Ora que hay unos portapechitos que ya de balde, nomás como pintados.
Pero bueno, arresulta que la tierra, la mamá más primera, está nomás piensa y piensa que qué va a hacer.
Y entonces la tierra nuestra madre piensa que hay que hacer una investigación. Y entonces le encarga el trabajo a un caracol. Que sea que el primer Comisión de Investigación fue el caracol. Y entonces la madre tierra le dice al caracol:
“Oí caracol, por ahí andan diciendo que hay una comida muy buena que se llama “maíz” pero no se sabe dónde mero está, entonces andáte a buscar y ya luego vienes y me dices dónde está, pero vete rápido porque mis niños y niñas nomás están esperando su comida”.
Y entonces el caracol se fue hecho la raya y de bolón-pin-pon recorrió todo el mundo, que tampoco era muy grande todavía, para qué es más que la pura verdad. Y ya luego regresó el caracol hecho la mocha y le dijo a la madre tierra:
“Oí mamá Tierra, ya lo encontré ya el alimento ése que dices, pero está guardado en una piegra muy dura”.
Y entonces la Tierra, nuestra madre, llamó a todos los animales, que tampoco eran muchos, para que es más que la pura verdad, y les dijo:
“Oigan, agarren todos sus tiliches y se me van como de rayo a donde les va a decir aquí el señor caracol y me rompen esa piegra y me traen lo que tiene dentro para darles de comer a mis hijas e hijos”.
Y ahí va toda la animalada, y dale y dale a la piegra y nada que se cuartea ni siquiera un tantito. Y ahí regresan todos desmayados y le dicen a la tierra que nomás no se puede, que está más dura que cabeza de político.
Y entonces, el caso, o cosa, según, es que había uno de los mames, que sea de los dioses del trueno, que se llamaba YALUC, que era el más grande y el más antiguo, que sea el más sabedor.
Y el YALUC y la tierra, nuestra madrecita más primera, se llevaban muy bien, mucho platicaban de cosas importantes y que enseñaban y aprendían.
Y entonces la tierra, nuestra madre, lo llama al YALUC y le cuenta de la problema que tiene. Y entonces el YALUC salió buena gente y le avienta unos truenos a la roca ésa, que sea a la piegra, y ahí nomás el piegrón se arrugó como saladito y se abrió y el YALUC lo agarró el maíz y se lo entregó a los hombres y mujeres.
Y entonces los hombres y mujeres no saben qué hacer con el grano de maíz y lo dejan ahí botado nomás.
Y entonces nuestra madre la tierra, lo tapa al grano de maíz para que no pase frío y ahí nomás empieza a salir una plantita y se empieza a crecer y da unas sus buenas mazorcas y luego el YALUC lo avienta un trueno y ahí nomás fríe el grano de maíz y se hacen las palomitas de maíz, aunque un poco quemadas quedaron, eso sí, porque le echó mucha juerza al rayo que aventó. Y entonces los primeros hombres y mujeres lo más primero que comieron fueron palomitas de maíz y fueron con el tiendero a comprar una salsa Valentina, se llama, creo, y vieron película y se atascaron de palomitas y les dio chorrillo… y tan-tan
(La Magdalena voltea a ver a Elías entre intrigada y enojada. Elías sonríe y dice…)
¡Éjele! No es así, pero nomás lo dije para ver si no te dormiste ya…
Bueno no, la historia es que sí salió la planta de maíz pero no era maíz palomero, sino maíz maíz, pero del bueno, o sea que no era transgénico. Y entonces la tierra, nuestra madre, le habló a los hombres y mujeres y ya les explicó cómo van a hacer el pozol y las tortillas y los tamales y el marquesote y ya no les dolió la panza, y tan, tan.
(La Magdalena voltea a ver extrañada a Elías y le pregunta)
¿Y todo eso qué tiene que ver con las estrellas que caen?
¡Ah, sí cierto, ya se me había olvidado! -, responde Elías.
Bueno, pues arresulta que aquellos primeros hombres y mujeres, los originarios, que sea los pueblos indios, quedaron muy agradecidos con la madre tierra y dijeron que siempre la van a cuidar siempre. Y entonces los hombres y mujeres primeros pensaron que qué tal que se les olvida o se enamorran y se distrayen y no dan cuenta si la tierra tiene alguna problema y entonces hicieron una su asamblea con la tierra, nuestra madre, y con el YALUC y con quienes caminan el cielo, y todos sacaron un acuerdo.
Y el acuerdo es que unos hombres y mujeres van a quedar como guardianes de la tierra, que sea de la montaña, de los ríos, de los mares, de los valles, de los vientos. Y esos guardianes van a quedar quietos, como dormidos, y si la madre tierra tiene algún peligro o una problema, entonces quienes caminan el cielo les van a avisar a los hombres y mujeres originarios, a los guardianes, para que se pongan truchas y hagan algo.
Y el trato fue que el aviso se iba a dar cuando el YALUC y los dioses del trueno, revientan el hilo que sostiene a las estrellas que están colgadas del techo del mundo, y ya las estrellas van a bajar para avisarles a los hombres y mujeres que la tierra tiene peligro.
Y entonces las estrellas que cayen no se cayen, sino que están avisando a los guardianes que ya llegó la hora…
La Magdalena, con una concreción que sería deseable en cualquier plenaria de la Otra o de la Intergaláctica, dice:
Tengo dos preguntas:
Primera: ¿Por qué dices que el caracol fue rápido a buscar el maíz si el caracol camina muy despacito?
Elías sonríe y responde:
Acaso camina despacio el caracol. Arresulta que en ese tiempo el tiempo iba muy despacito, entonces el caracol iba rápido en ese tiempo. Y lo que pasó es que, cuando el tiempo se cambió de tiempo, no le avisaron a tiempo al caracol. Entonces el caracol no camina despacio, lo que pasa es que tiene otro tiempo.
La Magdalena aplaude y ríe. Después añade temblorosa:
Bueno, la segunda pregunta es: dices que las estrellas que caen, bueno, que no caen, avisan a los guardianes de la tierra que ya llegó la hora, ¿la hora de qué?
Elías Contreras pone la voz grave y, señalando un largo y fugaz arañazo de luz en el cielo, dice:
De despertar.
Tan-tan.
¡Libertad y justicia para Atenco!
¡Libertad y justicia para Oaxaca!
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Enero del 2007.
P.D.- Ya no estamos, pero Elías Contreras y la Magdalena siguen sentados frente al horizonte de oriente. Es la Magdalena la que rompe el silencio:
- Oye papá Elías, imagínate que sí puedo hacerme la operación y hacerme mujer. A lo mejor hasta puedo tener hijos. Si tengo una niña, le voy a poner puras minifaldas -.
- Ni magres -, dice Elías de pronto, - mi hija nada de esas faldas rabonas que ya de balde. Puras nagüas hasta el tobillo. O pantalones, como las insurgentas -.
La Magdalena lo mira entre sorprendida y halagada, y pregunta:
- ¿Tu hija? -
Y entonces el nombrado por el Sup como Comisión de Investigación del EZLN, el que resolvió los casos más complicados en territorios zapatistas, el que no se amedrentó al recorrer él solo la Ciudad de México, el que se enfrentó sin titubear contra el Mal y el Malo siempre que lo topó, Elías Contreras, veterano de guerra del EZLN, se sonrojó de tal forma que la sombras de la madrugada no lo ocultaron. Con trabajos alcanzó a decir:
- Ya vámonos, ya está refrescando y el frío te puede hacer daño -.
Al bajar la loma, de forma natural, la Magdalena toma de la mano a Elías Contreras. Llegan al pueblo ya con el sol asomándose en una orilla. La Magdalena se arropa más en su rebozo, Elías Contreras suda como nunca en su vida…
Vale de nuez.
El Sup sonriendo mientras una estrella corre al abrazo de la tierra.
Publicado en La Joranda 04/01/2007 20:13
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