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Esta semana en Proceso.

 

Los cárteles se recomponen y se fortalecen

Después de que el presidente Felipe Calderón asumió la presidencia de la República y le declaró la guerra al narcotráfico –perdida en cinco meses de lucha contra las drogas–, el rompecabezas del crimen organizado en el país cambió en forma acelerada, y una novedosa reconfiguración, tejida con nuevas alianzas, refuerza ahora el poder de los cárteles mexicanos que se disputan territorio a sangre y fuego, destaca el reportaje que aparece este domingo 22 de abril en Proceso

A los despliegues militares y policiacos, recurso por el que apostó el presidente Calderón para desarticular a las organizaciones criminales, éstas respondieron con mayor dureza. Esta escalada de violencia cobró ya más de 632 vidas en lo que va del sexenio y parece imparable para el gobierno calderonista, que se comprometió a “recuperar la convivencia social” en los pueblos y ciudades avasalladas por el narcotráfico.

Antes de concluir el sexenio de Vicente Fox, tanto la Procuraduría General de la República (PGR) como la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) registraban en sus archivos de inteligencia la presencia de siete cárteles de la droga bien organizados, con amplias ramificaciones en toda la República y con estrechos vínculos con las policías del país, su histórico cerco de protección.

En tan sólo cinco meses –de diciembre de 2006 a la fecha– el mapa criminal sufrió un cambio radical y sorprendente: De acuerdo con el informe “Radiografìa de las organizaciones de narcotraficantes”, elaborado por los órganos de inteligencia de la SSP, los cárteles entraron en una nueva dinámica: las alianzas entre grupos antagónicos ya no son permanentes, como hace algunos años: ahora se unen para una sola operación y los acuerdos pueden durar unas cuantas horas para luego regresar al campo de batalla a seguirse enfrentando por imponer su hegemonía en alguna parte del territorio nacional.

Las organizaciones delictivas se recomponen, establecen alianzas coyunturales, amplían sus giros. Más tardan las autoridades en detener a un capo que éste en ser remplazado por otro. Mientras las fuerzas del orden se desgastan, el negocio de las drogas sigue, intacto, expone Proceso en su edición 1590.
 

 

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