¿Es necesario que los poderes del Estado produzcan y difundan publicidad sobre la forma en que afirman que cumplen sus tareas? ¿Para qué precisa la ciudadanía que le vendan cámaras de diputados y senadores, Suprema Corte de Justicia, IMSS e instituciones por el estilo, como si fueran refrescos de cola, alcoholes o fórmulas para perder peso? ¿Acaso compra la gente lo que ponen a la venta el gobierno y los changarros asociados a él?, ¿alguien se cree lo de “damos resultados” o “la gran imsstitución”? ¿Podrían el IFAI o la CNDH exigir que la mercadotecnia gubernamental presentara hechos concretos además (o en lugar) de la publicidad que difunde? (Por ejemplo: “En el IMSS, tan sólo para analizar si una persona puede donar un órgano, tardamos seis meses o más” o “Deterioramos tu salud y ponemos en peligro tu vida mientras vemos si te atendemos”, o aquel vetusto desglose de siglas que hacen los burócratas en espera de atención: “Inútil solicitar servicios, sólo tramitamos entierros”. O también: “En el Senado no nos importa Oaxaca, pero sí las negociaciones del combinado calderonista”. O aun: “En ningún año del sexenio se alcanzó crecimiento de siete por ciento ni el millón de nuevos empleos”, y quizá: “En menos de 15 minutos logramos la adhesión del Enmascarado de lana”). Sería ingenuo pensar que algún día anuncien por televisión o por radio la cantidad de espots vacíos con que se ha publicitado a las instancias y a los personajes gubernamentales y la cantidad de dinero que (proveniente de los bolsillos ciudadanos) se llevaron las empresas preferidas para halagar o denigrar. Dirán todo lo que les indique su imaginación casi nula, y lo repetirán en las ondas hertzianas miles de veces –metodología de Göbels asumida por los gobiernos de México desde hace más de siete décadas–. Con la malicia generalizada –inútil arma de la sumisión y la impotencia– no se perderá la convicción de que tras cada dictamen electoral hay un cuñado incómodo, de que cualquier juececillo protegerá a sus protectores y dañará al periodismo honesto, de que las inserciones pagadas de los gobers preciosos hacen direcs preciosos, capaces de ignorar metáforas como la de las botellas de coñac. Poco importa: se gobierna a pesar de lo que piensen o expresen porciones enormes de la ciudadanía, pues nunca se ha pensado gobernar para ella y mucho menos con ella: siempre contra ella. Quien no aparece en los medios, en especial en la tele, no existe; y si de quien aparece en la tele se habla mal, diversos voceros se preciarán de que las acciones de gobierno son más eficaces y por ello, más efectivas. Quienes con prepotencia empresarial –la política profesional es una gran empresa, próspera y plural– sólo son capaces de percibir a la ciudadanía como el molesto conglomerado informe de consumidores de mentiras que el martilleo de espots convierten en verdades. Más de cien millones de habitantes de este país vivimos a merced de la espotocracia, o más bien de la espotarquía absoluta. El Poder Legislativo jamás percibirá la urgencia de crear una entidad capaz de apoyar el más minúsculo propósito de liberarnos de sus garras (las de la espotocracia y las de las cámaras). El sexenio que se avecina será de auge de ese sistema que ni siquiera se pretende ilustrado (y a menudo da muestras de su indiferencia por ser lo contrario): Ejecutivo, Judicial y Legislativo están de tal manera seguros de que todo estuvo chueco en la elección de julio, que no permitirán que quienes exigimos ver los documentos que ocultan conozcamos los verdaderos resultados. Para ellos es más rentable consolidar sus técnicas para seguir gobernando por espots en Oaxaca, en Tabasco, en Chiapas, en todo el país.
* Doctor en antropología, director del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Humanidades de la UNAM. |
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